El rugido de un rebaño de minotauroros al galope no les impresiona. Ni se asustan con el grito ensordecedor de los kwaks, ni con el aullido de un milubo. La empatía que muestran con las criaturas de la naturaleza es tan fuerte que ellos mismos están dotados de un lado animal que les aporta todo su encanto y los hace, a su vez, peligrosos.